Sexualidad en el mundo antiguo
En el mundo antiguo era común prácticas sexuales como el incesto, pederastia, homosexualidad, prostitución, poligamia y orgías. Por ejemplo, Egipto era una nación promiscua. Babilonia y Asiria también son conocidas por su promiscuidad[i]. En estas naciones las mujeres eran vistas como objetos sexuales inferiores. Otro ejemplo es Canaán. En una ciudad cananea llamada Ugarit se ha encontrado evidencia textual de una civilización entregada a la inmoralidad sexual[ii]. Hace varias décadas los eruditos incrédulos dudaban de la descripción que la Biblia presenta sobre Canaán (Lv. 18). Pensaban que todo este relato del Pentateuco era uno prejuiciado que los judíos redactaron para justificar la conquista de estas tierras. Hasta los hallazgo de Ugarit, el conocimiento que teníamos sobre los cananeos nos venía indirectamente de la descripción que otras civilizaciones hacían de ellos. Sin embargo, estos hallazgos nos acercaron por primera vez en la historia al conocimiento directo de los cananeos desde su misma literatura y nos confirmaron la depravación e inmoralidad sexual de este pueblo, mostrando con esto que la Biblia siempre tuvo la razón. La inmoralidad sexual en Canaán era tanta que sus dioses son descritos como entregados a la sexualidad sin límites. Son los mismos vicios humanos proyectados a una escala de divinidad. En ese sentido los dioses cananeos y ellos no eran tan diferentes sexualmente hablando. En la religión de Canaán era común encontrar imágenes de diosas desnudas. Sus cultos se basaban en orgías sexuales. Todo esto nos conduce a preguntarnos si los habitantes de esas culturas vivían como sus dioses, o sus dioses eran una proyección de la manera en que ellos vivían.
Viniendo del mundo del Antiguo Testamento hacía el mundo del Nuevo Testamentos nos encontramos con civilizaciones como la griega y la romana. Los griegos eran conocidos por ser una cultura narcisista, hedonista, sensual y promiscua. La civilización griega buscaba la perfección física. Ellos estaban obsesionados con los gimnasios y con la apariencia personal, a tal punto que aquellos que nacían con deformidades se consideraban malditos, productos de la ira de los dioses y eran abandonados en las montañas para ser devorados por las bestias[iii]. En la época del Nuevo Testamento tenemos el ejemplo de la ciudad de Corinto y su culto a la diosa del amor, Afrodita. Este culto se basada en sacerdotisas que eran prostitutas y en liturgias repletas de orgías[iv]. Roma era similar. Los romanos eran casi una copia de la civilización griega. Los romanos, por ejemplo, tomaron a los dioses griegos y les colocaron nombres romanos. En la mitología romana tenemos la historia de Rómulo y Remo. Estos son, mitológicamente, los fundadores de la civilización romana. En esta mitología el dios Marte llamado Rómulo violó a una mujer, y del producto de esa violación nacieron Rómulo y Remo. Estos fueron abandonados en las montañas de lo que actualmente es Roma y fueron criados por una loba. Esa es la historia que muchos romanos adoptaron sobre la fundación de su civilización. Esta mitología, de entrada, justificaba sus prácticas inmorales[v].
Sexualidad en la actualidad
Todo ese mundo antiguo que hemos descrito fue cambiando progresivamente al contacto con el cristianismo. De hecho, las demandas a una vida sexual pura en las Escrituras tienen de trasfondo las promiscuidad de estas civilización. Sin embargo, a pesar del impacto que ocasionó el cristianismo en el mundo al transformar las naciones y cambiar estas estructuras y prácticas inmorales de las sociedades, en la actualidad no estamos muy alejados de esa descripción del mundo antiguo. La pederastia es un delito en auge. La homosexualidad ha sido normalizada y promovida. La prostitución es común. El incesto, la poligamia y las orgías son defendidas por académicos “brillantes” que argumentan que las instituciones como el matrimonio o la familia tradicional son retrogradas y antinaturales porque crean tabúes en la sociedad y buscan estigmatizar la sexualidad natural del ser humano produciendo civilizaciones reprimidas. Los psicólogos incrédulos, por ejemplo, aconsejan al ser humano a dar rienda suelta a su sexualidad “natural” sin ningún límite y a no sentirse acongojado por aquello. En Europa y en Norte América todas estas prácticas son cada vez el común denominador de la sociedad.
Hay dos mujeres bastante relevantes en este punto: Simone de Beauvoir[vi] y Shulamith Firestone. Ellas argumentan en favor de todas estas prácticas sexuales como algo natural que el ser humano debe disfrutar sin ningún cargo de conciencia. Shulamith Firestone, por ejemplo, en su libro “La dialéctica del sexo” dice:
Si el niño escogiera la relación sexual con los adultos, aun en el caso de que escogiera a su propia madre genética, no existirían razones a priori para que ésta rechazara sus insinuaciones sexuales, puesto que el tabú del incesto habría perdido su función. […] De esa manera, al carecer del tabú del incesto, dentro de pocas generaciones los adultos podrían retornar a una sexualidad polimórfica más natural y la concentración en el aspecto genital del sexo y en el placer orgástico daría paso a unas relaciones físico/emocionales totales que incluirían estos aspectos. Las relaciones con los niños incluirían la cantidad de sexualidad genital de que el niño fuera capaz -probablemente bastante más de lo que creemos en la actualidad-, pero al no ser ya el aspecto genital del sexo el foco central de la relación, la falta de orgasmo no supondría un problema grave. Los tabús sexuales adulto/niño y homosexuales desaparecerán, así como la amistad no-sexual (el amor “a-objetal” de Freud). Toda relación estrecha incluiría la relación física, desapareciendo nuestro concepto de camaradería física exclusivita (monogamia) de nuestra estructura, así como la fantasía de un “consorte ideal”. Sin embargo, el tiempo necesario para la realización de estos cambios y las formas concretas bajo las que aparecerían, siguen siendo objeto de conjeturas. Los detalles concretos no nos interesan ahora. Necesitamos simplemente construir las condiciones previas para una sexualidad libre; cualesquiera formas que ésta adoptara, supondría siempre una mejora sobre lo que ahora tenemos, al ser “natural” en el sentido más genuino[vii].
En otra parte de su libro dice lo siguiente:
El niño seguirá constituyendo relaciones amorosas íntimas, pero en vez de hacerlo con una “madre” y un “padre” prefijados, podrá ahora formar estos vínculos con respecto a personas de su propia elección, de cualquier edad o sexo. Así pues, todas las relaciones entre adultos y niños se caracterizarán por una mutua libertad de establecimiento-relaciones igualitarias, íntimas, libres de dependencias materiales. Consecuentemente, aunque los niños serán más escasos en número, no se verán monopolizados, sino que se repartirán libremente por toda la sociedad en beneficio de todos, satisfaciendo así el legítimo deseo de frecuentar el trato de los niños, que suele llamarse “instinto” reproductivo[viii].
Ahora bien, estás ideas de una sexualidad libre y sin tabús son sostenidas en la actualidad, en mayor o menor medida, por los mal llamados “progresistas”. Para ser honestos, muchos militantes de esta filosofía no estarán, inicialmente, de acuerdo en prácticas más radicales como la pederasta, pero asentirán sin dudarlo ante la homosexualidad, el incesto y la poligamia. Debemos notar, entonces, que el progresismo no tiene nada de progreso. El progresismo es retroceso. No hay nada más retrógrada que buscar retomar una sexualidad arcaica y primitiva como la de aquellas civilizaciones antiguas antes de su contacto con el cristianismo. La acusación que ellos esbozan tildando a la ética cristiana sobre la sexualidad como anticuada cae por su propio ante la evidencia histórica. El progresismo, entonces, sexualmente hablando, tiene como finalidad conducir a nuestra civilización occidental a la oscuridad de donde nos sacó la luz del cristianismo.
Al mismo tiempo, en la actualidad, debido a las redes sociales, televisión, películas, series, internet, etc., estamos viviendo un bombardeo pornográfico intenso que es difícil de resistir y que está corrompiendo a toda la sociedad, especialmente a los jóvenes. La pornografía busca destruir su cerebro y sus aspiraciones. Si el hombre se convierte en un esclavo sexual, se convierte en un nuevo cliente adicto al cual explotar financieramente, pero también en un hombre sin dominio propio que será fácil de manipular. A la vez, el esclavo sexual será un hombre sin compromiso y responsabilidades. Es decir, dejará de ser un hombre esforzado, fuerte, responsable, maduro y se convertirá en un ser adicto, controlado y manipulable.
Esa misma pornografía que lleva años circulando en el mercado y que se ha permitido, normalizado y promovido, es la que ha estado moldeando nuestra cultura hasta convertirla en una narcisista y sensual. Las mujeres quieren vestir de una manera provocativa y publicar fotos en redes sociales para obtener la aprobación de los hombres, y de esa manera conducen a estos a la lujuria y masturbación. Desde hace unos diez años los gimnasios se han multiplicado en todas partes. Ahora bien, no está mal hacer ejercicio, ni tampoco querer verse bien, pero en el fondo, ¿qué es lo que mueve a tantos jóvenes a ir diariamente a un gimnasio? ¿Será la influencia de una cultura sensual y narcisista, o será la salud? No tengo respuestas para esa pregunta. Solo son preguntas que surgen.
Esta sexualidad en la actualidad nos muestra cuán difícil es para nosotros hoy vivir en pureza sexual, pero también podemos ver lo difícil que fue para los hombres creyentes del pasado vivir en santidad en aquel mundo antiguo. Sin embargo, el mismo Dios que ayudó a Daniel a vivir en santidad en Babilonia, el mismo Señor que ayudó a José a vivir en pureza sexual en Egipto, el mismo Dios que ayudó al apóstol Pablo a vivir en santidad en Roma, es el mismo Señor que nos ayudará a santificarnos en este mundo “progresista”. Todo esto también nos muestra la necesidad de una mirada a la sexualidad desde la Palabra de Dios.
Sexualidad en las Escrituras
Para comprender mejor las demandas bíblicas a una vida en pureza sexual debemos tener en mente las civilizaciones antiguas con las que los creyentes tuvieron contacto. Para el Antiguo Testamento el trasfondo serán principalmente las civilizaciones egipcia y cananea, pero también la babilónica, persa y asiría. Para el Nuevo Testamento el trasfondo serán las civilizaciones griegas y romanas.
Las Escrituras nos enseñan, en primer lugar, que el sexo es un regalo de Dios. En Genesis 1:26-28 y 2:18, 20-25 podemos ver cómo el sexo es un regalo del Señor y cómo es parte de Su diseño antes de la Caída de la humanidad. Dios nos ha dado el placer sexual como un regalo antes de que hubiese pecado. El Señor, de hecho, nos ha dado el mandato creacional de la reproducción, lo cual implica que el sexo es “bueno en gran manera”. Mediante este acto multiplicamos la imagen del Señor en el mundo al traer a nuevas criaturas a la vida. La alegría misma que nos producen nuestros hijos nos muestra cuán bueno es la sexualidad responsable. La caída en pecado no cambiará en nada este deber sexual de reproducción, por el contrario, después del diluvio se reafirmará (Gn. 9:1). Así que, la sexualidad está intrínseca en nuestro ser por diseño divino, y el acto sexual es un acto santo en el que el Señor es glorificado.
En segundo lugar, lo que sí ha ocasionado la Caída es una regulación divina. Aunque la sexualidad es un regalo del Señor, Él la ha reglamentado debido a nuestro pecado. La sexualidad y el placer sexual son buenos si se viven bajo la legalidad de la Palabra de Dios. La ley de Dios tal como la vemos en la Biblia es una constitución. Es un código de leyes unido inseparablemente en el que podemos ver leyes básicas y las normas que permiten entender la extensión de esa ley básica. Por ejemplo, una ley básica es Ex. 20:14: “no adulterarás”. Con esta ley Dios busca proteger y regular la relación matrimonial y sexual. Esta ley básica se puede entender, únicamente, mediante otras normas que nos ayudan a apreciar qué significa aquella ley básica y hasta dónde se extiende o aplica. Así, por ejemplo, tenemos Levítico 18. Este pasaje básicamente nos explica normas que nos permiten entender qué está prohibido en el mandamiento de “no adulterar”.
Este punto es sumamente importante. De aquí aprendemos que la definición de adulterio en la Biblia es mucho más amplia que la definición reduccionista que nosotros le hemos dado en el presente. El adulterio no es únicamente serle infiel a tu esposa con otra mujer, el adulterio tiene que ver con cualquier práctica sexual ilícita. En ese orden de ideas, las Escrituras no distinguen entre adulterio o fornicación como solemos hacer comúnmente nosotros en la actualidad. La fornicación es adulterio y el adulterio es fornicación, porque ambos conceptos implican la práctica de una sexualidad ilícita como la que se nos describe en Levítico 18.
Otro pasaje relevante es Levítico 20:10-16 porque nos permite observar las sanciones que acarreaba la violación de esta ley y normas que prohibían los actos sexuales ilícitos. Estas sanciones nos muestran cuán grave es este asunto, y cuán serio se toma Dios los pecados sexuales. En el A.T. solamente una parte mínima de pecados acarreaba la sanción de muerte. Además del adulterio, solamente la apostasía y el asesinato eran penados de esta manera. Al poner la sanción de los pecados sexuales a la altura de la sanción que recibía el asesinato y la apostasía, se evidencia la seriedad del asunto a los ojos del Señor.
Una aclaración importante es que esa era la pena máxima para el adultero, pero no era la única sanción. Había otras sanciones como la carta de divorcio (Dt. 24:1-4), e incluso una esposa/o podía decidir perdonar al adultero sin que esto acarreara alguna infracción. Pero la pena de muerte estaba incluida como la sanción máxima porque el adulterio, entendido como cualquier acto sexual ilícito, pervierte a la nación y destruye a la familia. En las Escrituras, la familia es la institución base y fundamental de la sociedad. Esta fuerte sanción buscaba proteger a esta institución fundamental porque cuando hay pena de muerte los hombres temen.
Por otra parte, además de las declaraciones regulativas en Su Palabra, el Señor muestra su desagrado hacía los actos sexuales ilícitos de diferentes maneras, como, por ejemplo, las enfermedades sexuales consecuentes por practicar una sexualidad sin restricciones. Dios mismo es el juez de los pecados sexuales (Hb. 13:4).
Ahora bien, si comparemos lo que dicen las Escrituras sobre el adulterio con nuestra sociedad posmoderna nos caeremos hacía atrás. Nosotros vivimos en un siglo en donde se aplaude y se premia la inmoralidad sexual. El hombre mujeriego, por ejemplo, es visto como un héroe en nuestra cultura porque vivimos en una época en la que el humano no teme adulterar, sino que por el contrario lo aplaude y promueve. En nuestra sociedad también es promovida la homosexualidad con todas sus variantes. En la academia -y poco a poco en el mundo común- ya no se habla de sexos (masculinos y femenino) sino de géneros, los cuales son muchos. Esto es así porque en la academia anticristiana no se identifica el sexo con lo biológico sino con lo psicológico. El hombre no es clasificado de acuerdo con el sexo con el que nace, sino conforme a su estructura mental.
Una sociedad así será entregada por el Señor a sus placeres (Rm. 1:24-32). De hecho, el entregarlo a esos pecados es una forma de juicio sobre ellos. Así que, si tú hoy día sigues luchando con esos pensamientos y esas inclinaciones pecaminosas tienes que agradecer al Señor que a ti no te ha entregado a tus pecados, sino que te sigue ayudando en la santificación como un Padre amoroso que tiene cuidado de ti.
¿Qué podemos hacer para santificarnos y vivir una sexualidad pura?
En primer lugar, debemos entender la teología bíblica de la sexualidad. En 1 Corintios 7:1-5 podemos ver que el sexo es una necesidad, pero no por causa del pecado, sino por causa del diseño. El pecado ha distorsionado el diseño, y por causa de él somos inclinados por nuestros instintos pecaminosos a entregarnos a los placeres sexuales sin tener en cuenta la ley de Dios. Pero estudiar la sexualidad a la luz de las Escrituras nos permite entender el diseño del Señor para nosotros y también nos permite entender nuestros impulsos distorsionados por causa del pecado. Esto dará mucha luz para practicar una sexualidad bíblica.
En segundo lugar, en caso de contar con una persona idónea en tu vida y tener la edad adecuada, procura casarte. Si no tienes el don de continencia y si ya has conseguido a una persona idónea cásate lo antes que puedas. No prolongues el matrimonio hasta que tengas casa, carro o que tengas una economía sobresaliente. Si esperas hasta un “momento ideal”, posiblemente ese momento nunca llegará. Ahora bien, por supuesto que debes casarte responsablemente. Es decir, no estoy diciendo con esto que lo hagas sin tener trabajo o sin aspiraciones. Cada uno sabrá y determinará libre y responsablemente qué necesita para contraer matrimonio. Lo que digo es que muchas veces podemos colocar una vara más alta de la que el Señor nos coloca. Nadie necesita tener casa propia o carro para casarse. Esas cosas las pueden construir y obtener juntos en el matrimonio. El Señor que diseñó el matrimonio sostendrá a los que decidan honrarle y obedecerle al casarse.
Si ya estás casado debes entender también que la sexualidad en el matrimonio es un medio de santificación de los individuos. Por eso Pablo, por ejemplo, les pide a los esposos no negarse el uno al otro para no caer en actos sexuales ilícitos (1 Cor. 7:1-5). Debemos disfrutar de la sexualidad en el matrimonio. Esa es la única forma de disfrutar de la sexualidad dentro de los parámetros de la ley de Dios.
Si todavía no has conseguido a una persona idónea para el matrimonio espera pacientemente en el Señor. Él es tu esposo en este momento. Mientras Él envía a una persona idónea para ti, eres llamado a entregarte y dedicarte única y exclusivamente a Él, porque el que no es casado puede dedicarse al Señor sin limitaciones.
En tercer lugar, cuida los pensamientos. En Mateo 5:27-30 aprendemos de Jesús que todo acto sexual físico comienza con el corazón, es decir, en los pensamientos. El corazón en las Escrituras no es el órgano, sino el centro de las emociones, deseos, inclinaciones, pensamientos, voluntad, afectos, etc. Por eso, Él nos exhorta a cuidar nuestros corazones. Los pensamientos que nos bombardean sobre sexualidad no son pecados en sí mismo. Ellos se convierten en pecado cuando les damos rienda suelta, cuando los alimentamos y cuando nos deleitamos en ellos. Es allí donde comienza la lucha. Cuando una persona cae en pecado no lo hace de un minuto a otro. Es decir, no es que vas caminando y entonces te tropezaste y caíste en pecado. Más bien, el pecado sexual ocurre como un embarazo (Sgo. 1:14-15). Lleva tiempo concebirlo, pero progresivamente se le da a luz. Por eso, toda la lucha sexual comienza en la mente. Es en los primeros instantes de esos pensamientos que se debe luchar y mortificar, porque cuando le permites cabida y comienza a hacer nido y desarrollarse en tus pensamientos ya ahí será mucho más difícil mortificarlos.
Ahora bien, algo que debemos tener presente es que Dios sabe que luchamos con esos pensamientos e inclinaciones. Por eso, cuando los pensamientos llegan y luchamos inmediatamente no deberíamos sentirnos mal, porque el Señor entiende y conoce esa batalla que enfrentamos en la mente. Pero si ya le has dado rienda suelta, si ya han crecido y han inundado tu cerebro, entonces debes orar al Señor para que te ayude a mortificarlos. El Señor que te salvó te puede santificar por medio de Su Espíritu. El mismo Dios que se levantó de los muertos te puede dar la victoria sobre esos pensamientos que te están venciendo.
En cuarto lugar, sé radical. Haz lo que tengas que hacer. Elimina lo que tengas que eliminar. Si te tienes que quedar sin celular, sin Facebook o Instagran, sin computador, hazlo (Mt 5:29-30).
Por último, cambia los pensamientos y hábitos. Sirve y entrégate más al Señor. Reemplaza los malos pensamientos y hábitos por tu adoración y servicio al Señor. Entiende que el verdadero placer y propósito se encuentra en Cristo. Él se nos presenta en las Escrituras como nuestro esposo (Ef 5:31-33). Esto apunta al hecho del cuidado de Él por nosotros, de su provisión, de su amor, apunta a nuestra unidad con Él, al hecho de que solo en Cristo encontramos llenura y satisfacción. En Él encontramos la comida para no tener más hambre, y el agua para no tener más sed. Además, esta verdad del matrimonio que tenemos con Cristo apunta al placer que tendremos unidos a Él por toda la eternidad (Léase Cantar de los Cantares). Por tanto, Él debe ser suficiente para nosotros. De ahí que una vida con propósito, una vida en placer, una vida en felicidad, es una vida enfocada en vivir, adorar y servir al Señor.
[i] Véase Packer, J.I, Merril C. Tenney y William White Jr. El Mundo del Antiguo Testamento. Miami, FL: Editorial Vida, 1985.
[ii] Ibíd.
[iii] Véase Packer, J.I, Merril C Tenney y William Whit Jr. El Mundo del Nuevo Testamento. Miami, FL: Editorial Vida, 1985; Mangalwadi, Vishal. El Libro que dio forma al mundo: Como la Biblia creó el alma de la civilización occidental. Nashville, TN: Grupo Nelson, 2011.
[iv] Véase Kistemaker, Simon J. Exposición de la Primera Epístola a los Corintios. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998.
[v] Véase Packer, J.I, Merril C Tenney y William Whit Jr. El Mundo del Nuevo Testamento. Miami, FL: Editorial Vida, 1985; Mangalwadi, Vishal. El Libro que dio forma al mundo: Como la Biblia creó el alma de la civilización occidental. Nashville, TN: Grupo Nelson, 2011.
[vi] Véase De Beauvoir, Simone. El segundo sexo: los hechos y los mitos. Ediciones Cátedra, 2017.
[vii] Firestone, Shulamith. La dialéctica del sexo. Pg. 197-198. https://www.legisver.gob.mx/equidadNotas/publicacionLXIII/Shulamith%20Firestone%20-%20La%20dialectica%20del%20sexo.pdf
[viii] Firestone, La dialéctica, 197.