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El pacto de Dios con el hombre

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Introducción

En la entrega anterior vimos cómo fue la caída del hombre y cuáles fueron las consecuencias de ella. En estas consecuencias pudimos ver cómo la naturaleza del hombre ha sido distorsionada para que ahora viva en una condición en la que se inclina siempre al mal, dando como resultado el mundo caótico y pecaminoso que vemos en la actualidad, con muerte, maldad, desastres naturales, enfermedades, etc. El resultado último de esta condición ha sido la muerte eterna, y por supuesto, la imposibilidad del hombre de salvarse por sus propios medios y obras, puesto que él se encuentra muerto en delitos y pecados (Ef 2:1), destinado a la condenación eterna.

La distancia del hombre con su creador, a pesar de que ya, ontológicamente, era abismal antes de la caída, puesto que ambos son de naturalezas diferentes -uno de naturaleza divina y otro humana- ahora se ha vuelto abismal, no ya por ontología, sino en la comunión. Por causa del pecado el hombre se encuentra distanciado abismalmente para tener relación con un Dios santo.

Pero, ¿Dios nos deja en esa condición? ¿Provee Dios de algún medio para que el hombre pueda ser rescatado de tal estado tan lamentable? Y ese es precisamente el punto de esta entrega, que sigue en un orden lógico y natural a la entrega anterior, tal como se nos presenta en la Confesión de Fe de Westminster.

El Pacto

Debido a que el hombre ha caído de la condición y bendiciones en las que se encontraba en su estado creacional, y ahora está en una condición caída, mereciendo el castigo eterno e imposibilitado para salvarse por sí mismo, Dios condesciende con el hombre proveyendo un medio externo y realizado por Dios mismo, con el fin de salvar al hombre de dicha condición. Este medio, por supuesto, es Jesucristo, el Hijo de Dios, verdadero hombre -para redimir a los hombres- y verdadero Dios -para pagar ante Dios- quien obedece perfectamente y representa la humanidad como el segundo Adán (Rom 5:12-21), y quien muere como sacrificio por el pecado en lugar de la humanidad. Pero, la forma como se nos presenta esta doctrina es a través de un plan de redención que comúnmente se expresa en las Escrituras como un pacto.

¿Qué es un pacto? De manera sencilla “Un Pacto es un convenio, acuerdo o contrato entre dos o más partes (individuos o grupos).”[1] De esta forma, las Escrituras nos presentan la relación de Dios con la humanidad, como una relación jurídica con ciertas condiciones estipuladas, y con ciertos beneficios o sanciones, por cumplir o desobedecer esas condiciones estipuladas. Pero no debemos pensar que esto significa que el hombre se relaciona con Dios como si fuesen seres iguales, en el mismo estatus, puesto que el hombre no coloca las condiciones del pacto ni se sienta con Dios para consensuar las condiciones del pacto, más bien de forma unilateral Dios establece la relación pactual, sus condiciones, las bendiciones y las sanciones.

Antes de que algún pacto entre Dios y la humanidad se estableciera en el tiempo, primero hubo un pacto en la eternidad entre las tres personas que conforman la trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En este pacto conocido por los teólogos como el pacto intratrinitario o como el pacto eterno de redención (Hb 13:20) “Dios el Padre aceptó dar a su Hijo (Juan 3:16, Mt. 25:24, Ap. 13:8, etc.). Cristo aceptó dar su vida como rescate por muchos (Juan 10:17,18). Y el Espíritu Santo aceptó hacer verdadera aplicación de esta redención a los que el Padre había escogido (Ro. 8:9,14,16, etc.).[2]

Ese pacto realizado en la eternidad se ejecuta en el tiempo. Primero, se puede ver en lo que comúnmente se conoce como pacto de obras y luego en el pacto de gracia.

Pacto de Obras

Adán se encontraba en una relación de pacto con Dios (Oseas 6:7). Dios le había creado, le había colocado como administrador de la creación, le había dado ciertas obligaciones para administrar correctamente la tierra, le había dado una esposa con la que debía multiplicarse y gobernar al mundo. Toda esta fue una relación de gracia en la que podemos ver la misericordia de Dios con Adán. Pero además de todo esto, Dios dijo: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Gen 2:16-17).

Aquí podemos ver una relación pactual, y como tal una condición en esta relación: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás”. Adán tenía infinidades de árboles de los que podía comer en el huerto, pero se le había prohibido comer de uno en específico. El fallar esta condición conduciría a una sanción que se nos muestra explícitamente: “porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” De lo que se deduce que también había una bendición si hubiese obedecido, lo cual era lo contrario a la sanción, es decir, vivir eternamente.

Todos conocemos la historia, Adán violó la condición estipulada en el pacto, por tanto, recibió como castigo la sanción de la que fue advertido y toda la humanidad posterior, representada en Adán recibió las consecuencias de la caída de este.

A este pacto se le conoce como pacto de obras porque, como dice la Confesión de Fe de Westminster, se le “prometía la vida a Adán, y en éste a su posteridad, bajo la condición de una obediencia personal perfecta” (Capítulo 7, párrafo 2). El hombre, Adán, tenía que cumplir con la condición del pacto impuesta por Dios para mantener la posición bienaventurada en la que se encontraba y ganar la vida eterna para Él y su posteridad. Habiendo fallado con esa condición, Adán recibió todo lo contrario a lo que se prometía, es decir, la muerte eterna tanto para Él como su posteridad.

Pacto de Gracia

Es ahí entonces, cuando el hombre ha perdido por sí mismo la posibilidad de salvarse y vivir eternamente, que Dios condesciende con el hombre, colocándose en las miserias del hombre (de ahí viene la palabra misericordia), y prometiéndole, estando Adán y su mujer caídos y sin esperanza, “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Gen 3:15). A este pasaje se le conoce como el “proto-evangelio” puesto que el Evangelio es revelado y prometido aquí. Es aquí donde se revela el pacto de gracia. Es decir, que Dios va a proveer a alguien para que salve al hombre. Este alguien vendrá de la simiente de la mujer, y aplastará la cabeza de la simiente de la serpiente mientras que es herida por esta. Un anuncio, por supuesto, de lo que ocurrió en la cruz.

Aquí vemos una promesa de salvación. Donde alguien más salvará al hombre. Ya no el hombre por sí mismo (obras), sino alguien aparte del hombre (gracia). Pero esta promesa aquí está en pañales. Está la promesa, pero falta mucha información. De ahí que el resto de la historia de la redención y de la revelación sea Dios añadiendo cada vez más información a esta promesa. Por ejemplo, que vendría de la descendencia de Abraham y que todas las familias y naciones de la tierra serían benditas en él (Gn 12:3, 22:8, Gal 3:16), o que vendría de la descendencia de David y sería un rey eterno (2 Sam 7; Sal 110).

Hasta que, por fin, llega el Cristo en el Nuevo Testamento, en cumplimiento a la promesa y como el clímax de la revelación, para morir en sustitución nuestra, para cumplir con los deberes del pacto como nuestro reemplazo -y en reemplazo de Adán-, y ganar la vida eterna para todos los que le pertenecen. Por tanto, es por gracia, porque no es por nuestras obras, sino por las de Él. Sí, es por obras, pero por las de Cristo, no por las nuestras.  Y, por tanto, es pacto de gracia, porque ya no es por nuestra obediencia, sino por la de Cristo.

Esto nos muestra la provisión de Dios para la humanidad caída, pero, además, nos muestra la unidad en el plan de redención. Este pacto de gracia es uno solo. Es decir, desde la promesa a Adán y Eva se fue desarrollando progresivamente la promesa hasta llegar a su plenitud y cumplimiento en Cristo. Ha habido diferentes administraciones de esa promesa, por ejemplo, en el tiempo de la ley, esta verdad se nos anunciaba a través de los sacrificios, del sistema sacerdotal, del templo y de todas aquellas ceremonias ordenadas; pero tras la venida de Cristo ahora podemos ver que Él es el verdadero cordero que quita el pecado del mundo, el verdadero y único sumo sacerdote y la realidad de todas aquellas ceremonias antes anunciadas. Por lo que la mejor forma de hablar de estas dos etapas en medio de esta revelación, es hablando de un pacto con dos administraciones: el Antiguo Pacto y el Nuevo Pacto, o el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.

Esto es muy diferente a la idea dispensacionalista y común de que Dios salvó en la historia de diferentes maneras. Como si antes de Cristo las personas se hubiesen salvado por la ley y después de Cristo las personas se salvan por fe. Tal creencia es antibíblica porque solo ha habido una forma de salvación en toda la historia de la humanidad, y esta es por fe y por gracia. Gratuitamente, por la fe. Las personas antes de Cristo se salvaban creyendo en lo que Él haría al futuro, y las que se salvan después de Cristo se salvan creyendo en lo que Él hizo en el pasado. Como señala Terry L. Johnson:

Al contrario de algunas enseñanzas dispensacionalistas, los santos del Antiguo Testamento, Abraham, Moisés, David, y todo Israel, no fueron salvo por las ordenanzas de la ley, sino por la fe en el Mesías prometido. Jesús dijo: “Moisés… escribió de mi” (Juan 5:46). Las Escrituras, dijo, “dan testimonio de mi” (Juan 5:39). Abraham “se alegró de ver mi día” (Juan 8:56). David, dice el apóstol Pedro, “viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo” cuando escribió el Salmo 16 (Hechos 2:31). Las Escrituras del Antiguo Testamento, dice el apóstol Pablo, “pueden hacerte sabio para la salvación mediante fe en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15)”.[3]

De esta forma, la idea del pacto de Dios con los hombres, no solamente nos enseña cuál es la provisión de Dios para el pecado de la humanidad, luego de que este perdiese la posibilidad de salvarse a sí mismo por la caída. Sino que, a la vez, nos permite ver la unidad en el plan de Dios en la historia, y la unidad temática en la revelación que Dios nos dio, es decir, la Biblia. Como también señala G.I Williamson, mostrando la unidad de toda la revelación de Dios en la promesa y realización de la salvación:

“1. Dios, inmediatamente después de la caída, le dio a la raza humana un conocimiento rudimentario del plan de salvación por medio de un redentor (Gn 3:15). En ese momento también reveló el hecho elemental que la desnudez pecaminosa del hombre sólo podía ser cubierta por el sacrificio de la vida de un sustituto (Gn 3:21, también 4:1-8).

  1. Más tarde Dios le reveló a Noé con más amplitud el alcance y la grandeza de su propósito redentor (Gn 9:8-17, 25-27). Pero no hubo cambio en la aplicabilidad de lo que había sido revelado previamente (Gn 8:20-22).
  2. En los días de Abraham (Gn 17:7ss., 22:18, etc.) se dio a conocer mucho más. La promesa de un redentor fue más específica. La grandeza del propósito de Dios fue dada a conocer aún más claramente. La Iglesia fue organizada como una organización distintiva y visible, separada del mundo por la señal de la circuncisión.
  3. Y después, por medio de Moisés, el contenido del pacto de gracia fue revelado en aún más detalle y amplitud. La simple idea central del sacrificio de sangre (la cual era la esencia básica de la revelación divina desde el comienzo) fue explicada detalladamente en los servicios del ritual del tabernáculo y del templo. Y las provisiones éticas del pacto fueron expuestas en la ley moral. Sin embargo, por medio de estas “dispensaciones” Dios estaba siempre guiando a su pueblo para encontrar su salvación únicamente en Cristo. Y nunca se imaginó que hubiera otra forma de salvación que no fuera la del perdón por medio la sangre expiatoria. Más bien, podríamos decir que cuanta más revelación se daba con más claridad se entendía que había, que hay y que siempre habrá sólo una forma de ser salvo, es decir, la forma provista por Dios en Cristo el Redentor.”[4]

Terminamos citando el resumen magistral que da la Confesión de Fe de Westminster de esta doctrina en su capítulo 7:

I. La distancia entre Dios y la criatura es tan grande, que aún cuando las criaturas racionales le deben obediencia como a su Creador, sin embargo, ellas no podrán nunca tener plenitud con El como su bienaventuranza o galardón, si no es por alguna condescendencia voluntaria por parte de Dios, habiéndole placido a Este expresarla por medio de su pacto.

  1. El primer pacto hecho con el hombre fue un pacto de obras, en el que se prometía la vida a Adán, y en éste a su posteridad, bajo la condición de una obediencia personal perfecta.

III. El hombre, por su caída, se hizo incapaz para la vida que tenía mediante aquel pacto, por lo que agrado a Dios hacer un segundo pacto, llamado comúnmente el Pacto de gracia, según el cual Dios ofrece libremente a los pecadores vida y salvación por Cristo, exigiéndoles la fe en EL para que puedan ser salvos, y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos aquellos que ha ordenado para vida, dándoles así voluntad y capacidad para creer.

  1. Este pacto de gracia se propone con frecuencia en las Escrituras con el nombre de un testamento, con referencia a la muerte de Jesucristo el testador, y a la herencia eterna con todas las cosas que a ésta pertenecen y están legadas en este pacto.
  2. Este pacto era ministrado de un modo diferente en el tiempo de la ley y en el del Evangelio. Bajo la ley se ministraba por promesas, profecías, sacrificios, la circuncisión, el cordero pascal y otros tipos y ordenanzas entregados al pueblo judío; y todos señalaban al Cristo que había de venir, y eran suficientes y eficaces en aquel tiempo por la operación del Espíritu Santo, para instruir y edificar a los elegidos en fe en el Mesías prometido, por quien tenían plena remisión de pecado y salvación eterna. A este pacto se le llama el Antiguo Testamento.
  3. Bajo el Evangelio, cuando Cristo la sustancia fue manifestado, las ordenanzas por las cuales se ministra este pacto son: la predicación de la Palabra, la administración de los sacramentos del Bautismo y de la Cena del Señor; y aún cuando son menos en número y ministradas con más sencillez y menos gloria exterior, sin embargo, en ellas el pacto se muestra a todas las naciones, así a los judíos como a los gentiles, con más plenitud, evidencia y eficacia espiritual, y se le llama el Nuevo Testamento. Con todo, no hay dos pactos de gracia diferentes en sustancia, sino uno y el mismo bajo diversas dispensaciones.”

 

José Ángel Ramírez.

Lic. En estudios teológicos del Miami Internacional Seminary. Presbítero gobernante para la Iglesia Betania de la Reforma. En el pasado fui director académico de la Escuela Bíblica Nueva Providencia, y estuve un año como misionero en la sierra del Perú. Actualmente soy docente y monitor del Seminario Reformado Latinoamericano, docente de la Escuela de Teología y Pensamiento Cristiano, y director de contenidos web de Presuposicionalismo.com. Estoy casado con Lizeth, y soy el padre de Jeremías.

[1] Jorge L. Trujillo, ¿Qué es un pacto? https://www.vidaeterna.org/index.php/es/estudios-25998/23-fundamentoscristianos/44-que-es-pacto

[2] G.I Williamson, La Confesión de fe de Westminster (El Estandarte de la Verda: Philadelphia, PA, 2004) 107

[3] Terry L. Johnson, Clases para el estudio de la confesión de fe de Westminster (Editorial Clir: Guadalupe, Costa Rica, 2021) 82-83.

[4] G.I Williamson, La Confesión de fe de Westminster. 110